Javier Picos
Bernardino M. Hernando. Su mención provoca una sonrisa cómplice de los alumnos que durante 24 años aprendieron el mejor oficio del mundo y una postura cultural e insaciable ante la vida en sus clases de Redacción Periodística en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense. En grupos, charlaban en su casa, repleta de libros e ideas, una práctica que ahora se antoja imposible de llevar a cabo. Su recuerdo conduce a un trabajo sin tregua para organizar la biblioteca y los archivos históricos de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM). Su firma también ha escrito memorables páginas en medios de comunicación como Tribuna, Vida Nueva, Diario de León, Informaciones, Sociedad/Familia, El País o Blanco y Negro. En todas las redacciones, siempre ejerció de referente y sus sobremesas con colegas y amigos eran fértiles y apasionadas. El periodista, nacido en Mansilla de las Mulas (León), falleció el pasado 7 de abril. Su legado permanece.

Foto: APM
La APM tributó el 14 de junio un homenaje a Bernardino M. Hernando en su sede al que se sumaron familiares, alumnos, colegas y profesores. Todos los periodistas de la mesa presidencial, aunque el acto superó la cuarta pared y hubo intervenciones del público asistente, exclamaron que el propio Bernardino M. Hernando no hubiera permitido este acto, aunque se hubiera parapetado detrás de una columna para captar gestos y palabras con su mirada curiosa de lince.
La labor ingente del fondo histórico y documental de la APM que cargó a sus espaldas –reconocida con una placa con su nombre a la entrada de la biblioteca- y sus 23 años de dedicación a la asociación constituyeron las primeras reflexiones de la presidenta de la APM, Victoria Prego y sus antecesores en el cargo Carmen del Riego y Fernando González Urbaneja.
Mientras Prego consideró a su colega leonés como “un mito” dentro de la historia del periodismo español, González Urbaneja lo tildó de “personaje singular e irrepetible que practicaba la humildad como un grado superior de vanidad”. En las etapas en las que coincidieron González Urbaneja, “el proactivo”, y Bernardino M. Hernando, “el reactivo” en Tribuna o en la APM, se entendieron bien “en la discrepancia permanente”. No obstante, González Urbaneja sospecha que era un “fascinante” docente y un “receloso” por naturaleza, porque “tenía una desconfianza parcial en el ser humano, pero tenía más confianza en los jóvenes que en los mayores”.
Por su parte, Carmen del Riego alabó la implicación de Bernardino M. Hernando en todo y su dialéctica, en la que, paradójicamente, “él hablaba poco, pero cuando lo hacía, con humor y hasta con sarcasmo, todos escuchábamos sus opiniones”. En su capacidad de decir a la cara palabras certeras, “aunque dolieran” a su interlocutor, Del Riego loó en Bernardino la discusión, en la que “te hacía encontrar un argumento más”. Similares ideas esbozó Andrés Aberasturi, que ha sucedido a su colega fallecido en la labor de archivero-bibliotecario de la APM, a cuyos fondos Bernardino M. Hernando donó 1005 títulos y 15 carpetas personales de escritos: “Bernardino fue ante todo un hombre bueno, pero puntilloso, que corregía todo”.
“Sabio por curiosear”
Después de la intervención de Ignacio Ruiz, que coincidió con Bernardino M. Hernando, “convertido en sabio por curiosear”, en el vespertino Informaciones, y del que aprendió que el periodismo no sirve a los periodistas sino a la sociedad, Javier Mayoral, exalumno del periodista leonés y en la actualidad profesor de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, puso el acento en sus recuerdos personales cuando asistía a sus clases: “Él hablaba de periodismo y no de teoría del periodismo. Con divertimento, enseñaba casi sin querer. La solemnidad y la estupidez egocéntrica no las llevaba nada bien”. Mayoral, cocinero antes que fraile, recuerda cómo los alumnos de Bernardino elaboraban una revista de prensa que consistía en coger cualquier recorte y comentar ante sus compañeros las sensaciones que transmitía el artículo escogido. En su día, el joven Mayoral se atrevió con la lectura de la columna Nosotros (El País, 8 de diciembre de 1988), en la que Joan Barril escribía: “Éramos el cuarto poder y ahora somos el cuarto de estar”. Mayoral sentenció que con esta frase estaba todo dicho y se sentó sin más dilación. En ese momento, “Bernardino me sonrió y hubo mucha complicidad”. Una sintonía que también sintió cuando, siendo director de tesis su antiguo profesor de Redacción Periodística, paseaban juntos por la facultad de “hormigón entrañable” charlando sobre periodismo y poco sobre la tesis, por la que “estuve secuestrado cuatro o cinco años en la Hemeroteca Municipal”.
Mario López, sobrino de Bernardino M. Hernando, cerró el acto en representación de los familiares del protagonista del tributo. “Bernardino siempre evitaba dar empujones y codazos; hablando con él, los problemas perdían espesor pero siempre con respeto a la libertad de los demás”, subrayó. En “su capacidad para llegar a ser maestro sin pretenderlo”, “su oído lingüístico” para lo más cotidiano, “su amor por las pequeñas cosas” y su “misma deferencia para todos, e incluso más para con los débiles” reside, según López, algunas de los rasgos más significativos de su tío, al que recuerda desde su infancia leyendo “con un don gozoso”.
Antes de dar paso a la explosión de anécdotas y al debate con los asistentes, Mario López quiso terminar con las palabras que lanzó al aire el portero de la casa de Bernardino M. Hernando, días después de su muerte: “Era una persona tan discreta… y cuánto se le echa de menos”.
(Nota del autor: Bernardino me hubiera instado, con su letra menuda en color rojo, a reducir a la mitad este artículo… In memoriam, profesor, gracias).